Serie: La Santificación de Nuestras Acciones. 11 de agosto.
La Santificación de Nuestras Acciones – Undécimo día de agosto
La Santificación de Nuestras Acciones.
“Todo lo hizo bien: hace oír a los sordos, y hablar a los mudos”. - Evangelio según San Marcos 7:37.
Undécimo Día.
Entre todas las funciones que un sacerdote puede desempeñar, la misa ciertamente es la más excelente, la más sagrada, y la más santa, la más agradable a Dios, y la más útil. ¡Si tan solo pudiésemos entender con que profunda devoción los ángeles asisten allí! ¡Ah, cuánta debería ser la pureza del sacerdote que celebra! ¡Cuánta debería ser su atención, su devoción! Debería aproximarse al altar con los mismos sentimientos de Jesucristo. Debería ser como un ángel. Debería ejercer su ministerio divino como un santo. Debería ofrecer los votos de la gente como un pontífice. No debería estar satisfecho con desempeñar el oficio de mediador entre el hombre y Dios; debería rezar aún más por él, recordando que es un hombre, y uno pecador. - San Lorenzo Justiniano.
El venerable Juan de Ávila, viendo a un sacerdote decir la santa misa con una prisa indecente, se sintió muy dolorido. Tocado por el celo, se acercó a este sacerdote irreverente y le dijo en voz baja, mas en un tono capaz de conmover al sacerdote: “Señor, te ruego que trates al Hijo de Dios, en cuya presencia estás, como tratarías al único hijo de una persona a quien tu considerases digna de alguna distinción.”
“Me preparo a mí mismo para el santo sacrificio de la misa,” decía el obispo de Amiens, monseñor D’Orleans, “como me prepararía a mí mismo para aparecer ante el tribunal de Jesucristo.”
San Ignacio de Loyola ofrecía el augusto sacrificio con tal devoción que frecuentemente se le veía con lágrimas.
San Vicente de Paúl decía la misa con tan grandiosa modestia, tanta gravedad, tal ternura y piedad, que sus asistentes eran profundamente conmovidos. A muchas personas que asistían a su misa, y quienes no le conocían, se les escuchaba decir al salir de la iglesia: “Aquel es un sacerdote que dice la misa tan devotamente que debe ser santo.”
Un sacerdote, quien fue llamado el Ángel de la Misión, durante una misión que se dio en Tulle, se comprometió a convertir a un caballero que estaba imbuido con ideas de religión erróneas, y quien no había ido a confesión por años. Luego de muchas conversaciones, todo lo que pudo obtener de él fue su promesa de servir en su misa. La modestia, religión, y devoción del misionero lo impresionó tanto que no pudo resistirse más; se volvió un converso sincero.
Oración.
Dios mío, es particularmente en la santa misa que diré que Te amo. No voy a desatender nada a fin de ser impregnado con los sentimientos de Jesucristo. Alabaré y agradeceré a Dios con Él. Me inmolaré a mí mismo con Él. No olvidaré que soy Tu victima - una victima devota de Tu gloria, quien debería sacrificarse a sí mismo sin cesar por Ti.
Fuente: The Fatima Center
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