Cuando el milagro no llega
Cuando el milagro no llega
La ausencia de los milagros de Dios no significa la ausencia de Su Amor.
Amber Vanvickle
[Nota del editor: Este artículo originalmente apareció el 15 de junio de 2019 en el Register. El 17 de diciembre a Amber VanVickle se le diagnosticó cáncer etapa IV; los lectores que deseen apoyar a Amber y a su familia pueden contribuir en esta página de GoFundMe.]
Recuerdo particularmente una noche que tuvo gran impacto en mi alma, una noche que me llevo a una gran examinación y búsqueda.
Era tarde. Yo estaba sentada en medio de máquinas que pitaban alrededor de la cama de hospital de mi hija recién nacida. A ella le acababan de hacer cirugía por un caso severo de espina bífida, solamente tenía unos días de haber nacido. Era más tubos y vendajes que piel suave de dulce bebé. Me senté con el corazón roto cuestionando al Señor en silencio. Habíamos rezado por un milagro que no había llegado, y el resultado había sido nada menos que tortuoso - físicamente para mi hija, y en todas las otras formas para nosotros.
Al mismo tiempo, un bello milagro le había ocurrido a un conocido de nosotros. Como los milagros de la antigüedad – una curación vivificante, que inspira admiración y que enriquece la fe. Nos regocijamos en ella con todo el corazón. Pronto circuló una carta diciendo que este milagro ocurrió, primero que todo, por el grandioso amor de Dios por la pareja. Mientras leía la carta tarde en la noche, sentada al lado de mi hija, mi corazón se rompió aún más. ¿Qué significaba para nosotros que el milagro no hubiera llegado? ¿No nos amaba Dios?
Es fácil para nosotros leer los relatos del Evangelio y ver únicamente el hilo de un milagro tras otro. No obstante, hay hilos de oro ocultos que parecen desapercibidos con demasiada frecuencia, y parecería como si Nuestro Señor los pronunciara en desesperación silenciosa: “me buscáis,… porque comisteis de los panes…” “Jesús le dijo: “¡Si no veis signos y prodigios, no creeréis!” y “…dichosos los que han creído sin haber visto.”
Quizá el Señor nos está diciendo que Su Amor no se mide simplemente en lo físico, en los milagros y en las curaciones, sino tal vez aún más, en la ausencia de estos. Qué Su Amor se muestra aún más profundamente en las cruces, las tribulaciones y las tempestades de nuestras vidas, en la aparente ausencia de Su Poder y Su Amor. Qué Dios permite el dolor y el sufrimiento con el solo fin de atraernos hacia Sí Mismo, para una intimidad y participación que no podría ser lograda de ninguna otra manera sino a través de una participación en Su Pasión: “Pareces, Señor, darle serias tribulaciones a aquellos que te aman, pero únicamente para que en el exceso de sus tribulaciones, puedan aprender acerca del más grande exceso de tu amor.”
Muy frecuentemente la vida espiritual, ese camino continuo de entregar nuestras vidas, corazones y voluntades a Dios, se representa como una aventura sin esfuerzo, en la que cuando nos encomendemos a Dios todo estará bien. Muchas veces he escuchado, “Sólo siéntate y espera, ¡y veras lo que el Señor hace!” como si un espectáculo de fuegos artificiales esperara a la vuelta de cada esquina. Sin embargo, como Santa Teresa de Ávila dice, “Se engañan a sí mismos quienes creen que la unión con Dios consiste en éxtasis y arrebatamientos, y en el gozo de él. Porque esta consiste en nada, excepto en la rendición y sujeción de nuestra voluntad – con nuestros pensamientos, palabras y acciones – a la voluntad de Dios.”
Como escribe John Donne, Dios es un fuego que consume, un fuego que “rompe, golpea, y quema y nos hace nuevos,”. El amor de Dios es un amor que inflama pero también uno que purifica:
“Pues Tú nos probaste, oh Dios, nos probaste por el fuego, como se hace con la plata. Nos dejaste caer en el lazo; pusiste un peso aplastante sobre nuestras espaldas. Hiciste pasar hombres sobre nuestra cabeza; atravesamos por fuego y por agua; mas nos sacaste a refrigerio.”
La ausencia de milagros de Dios no significa la ausencia de su amor sino la presencia misma de este, su ofrenda y una invitación a una mayor intimidad, un compartir Su Vida tan eficazmente logrado por el despojo y fuego de la cruz: Como escribe Santa Margarita, “Porque tu vida fue una escondida vida de humillaciones, amor y sacrificio, esta deberá ser mía de aquí en adelante.”
Tal vez la tristeza y frustración que escuchamos en la voz de Cristo se debe a Su Deseo de verdadero amor, un amor que florece en los oscuros valles tanto como en las cimas de la vida, un amor que no depende de que recibamos “nuestros panes,” un amor que es perseguido y buscado no por signos y prodigios sino por quien Él es, un amor que es evaluado y probado, y encontrado puro y verdadero. Él nos da esta oportunidad del amor a través de la cruz y de los sufrimientos, aún más que a través de Sus Milagros. Como ora Santa Teresita del Niño Jesús, “Oh Señor, no te gusta hacernos sufrir, pero tú sabes que esta es la única manera de prepararnos para conocerte como tú te conoces a ti mismo, de prepararnos para volvernos como tú… porque tú deseas que mi corazón sea completamente tuyo.”
Amber VanVickle es una madre que educa a sus hijos en el hogar, tiene un título en inglés de la Universidad Franciscana de Steubenville. Vive en Pittsburgh con su esposo Dave y sus cinco hijos.
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