Usted pinta a Vieira, pero su héroe es el Che Guevara
Usted pinta a Vieira, pero su héroe es el Che
Guevara
Si sobra espray para pintar el término “descoloniza” en la base de la estatua del Padre Antonio Vieira en Portugal, a la colonización ideológica anticristiana, al adoctrinamiento comunista, nuestras hordas posiluministas se rinden sin mayores problemas.
Hasta parece que el confinamiento acabó. Las calles en muchos lugares del mundo se llenaron, y los medios de comunicación que antes no paraban de alardear de la importancia del distanciamiento social (y de “quedarse en casa”), de repente pasaron a incentivar aglomeraciones sin pudor alguno.
No es que el coronavirus haya dejado de circular y de hacer víctimas. Lo que los medios de comunicación y las manifestaciones de los últimos días dan a entender es que hay amenazas mayores: son los fantasmas de los muertos, o mejor, sus estatuas.
En los Estados Unidos, los blancos fueron monumentos dedicados a personalidades supuestamente esclavistas, como Cristóbal Colón; pero en Portugal fue una estatua del Padre Antonio Vieira, y en España, nada menos que una escultura del Sagrado Corazón de Jesús.
Tomando prestada esta triste imagen de demolición – sin duda, la más lamentable de todas las noticiadas - , osamos decir que lo que está en jaque aquí es el propio corazón de la civilización cristiana, de lo que se acostumbraba llamar “cristiandad” – o lo que sea que de ella haya quedado.
Cómo llegamos a este triste estado de cosas, es una pregunta para la cual varias respuestas ya fueron elaboradas, pasadas al papel y hasta transformadas en libros. Está muy lejos de nuestra pretensión, evidentemente, agotar esta discusión. Mas, si pudiésemos acortar una historia que ya lleva siglos, podríamos decir con mucha simplicidad que sólo estamos cogiendo los frutos de nuestra educación secular anticristiana.
Sí, muchos de los manifestantes que salieron a las calles en los últimos días se denominan “antifascistas”. Pero, a falta de un Mussolini, ¿alguien se imagina que es a trochemoche que ellos derriban un colonizador europeo, pintan a un evangelizador católico y llegan a decapitar al propio Jesucristo?
Nadie se engañe, nada de eso es aleatorio. Años de adoctrinamiento ideológico generaron lo que estamos viendo ahora: un odio visceral a la fe cristiana y a todo lo que ella construyó a lo largo de dos milenios.
¿Quién no ha oído todavía, por ejemplo, que “el evolucionismo desbancó a Dios”, que “la Iglesia mató a millares en la Inquisición y en las Cruzadas” y que “los europeos sólo vinieron a América para saquear y esclavizar”? Esas son, grosso modo, las más grandes mentiras que nuestros niños y adolescentes aprenden en las escuelas, pero en medio de ellas hay muchas otras, más pequeñas, desde “pedacitos de cielo” que la Iglesia vendía con las indulgencias, pasando por una tal Joana que habría sido electa “papisa”, hasta gatos desollados y muertos con sello pontificio y todo.
Los agentes de desinformación que sacan ventaja de estas historias son, ellos mismos, las primeras víctimas de la ignorancia, pero ni por eso dejan de tener su parte de responsabilidad. La diferencia es que este tipo de fake news y “discurso de odio” (para usar dos expresiones corrientes) el establishment no tiene interés alguno en cohibirlo. Muy por el contrario.
Si sobra espray para pintar el término “descoloniza” en la base de la estatua del Padre Antonio Vieira en Portugal, a la colonización ideológica anticristiana, al adoctrinamiento comunista, nuestras hordas posiluministas se rinden sin mayores problemas.
Hasta parece que el confinamiento acabó. Las calles en muchos lugares del mundo se llenaron, y los medios de comunicación que antes no paraban de alardear de la importancia del distanciamiento social (y de “quedarse en casa”), de repente pasaron a incentivar aglomeraciones sin pudor alguno.
No es que el coronavirus haya dejado de circular y de hacer víctimas. Lo que los medios de comunicación y las manifestaciones de los últimos días dan a entender es que hay amenazas mayores: son los fantasmas de los muertos, o mejor, sus estatuas.
En los Estados Unidos, los blancos fueron monumentos dedicados a personalidades supuestamente esclavistas, como Cristóbal Colón; pero en Portugal fue una estatua del Padre Antonio Vieira, y en España, nada menos que una escultura del Sagrado Corazón de Jesús.
Tomando prestada esta triste imagen de demolición – sin duda, la más lamentable de todas las noticiadas - , osamos decir que lo que está en jaque aquí es el propio corazón de la civilización cristiana, de lo que se acostumbraba llamar “cristiandad” – o lo que sea que de ella haya quedado.
Cómo llegamos a este triste estado de cosas, es una pregunta para la cual varias respuestas ya fueron elaboradas, pasadas al papel y hasta transformadas en libros. Está muy lejos de nuestra pretensión, evidentemente, agotar esta discusión. Mas, si pudiésemos acortar una historia que ya lleva siglos, podríamos decir con mucha simplicidad que sólo estamos cogiendo los frutos de nuestra educación secular anticristiana.
Sí, muchos de los manifestantes que salieron a las calles en los últimos días se denominan “antifascistas”. Pero, a falta de un Mussolini, ¿alguien se imagina que es a trochemoche que ellos derriban un colonizador europeo, pintan a un evangelizador católico y llegan a decapitar al propio Jesucristo?
Nadie se engañe, nada de eso es aleatorio. Años de adoctrinamiento ideológico generaron lo que estamos viendo ahora: un odio visceral a la fe cristiana y a todo lo que ella construyó a lo largo de dos milenios.
¿Quién no ha oído todavía, por ejemplo, que “el evolucionismo desbancó a Dios”, que “la Iglesia mató a millares en la Inquisición y en las Cruzadas” y que “los europeos sólo vinieron a América para saquear y esclavizar”? Esas son, grosso modo, las más grandes mentiras que nuestros niños y adolescentes aprenden en las escuelas, pero en medio de ellas hay muchas otras, más pequeñas, desde “pedacitos de cielo” que la Iglesia vendía con las indulgencias, pasando por una tal Joana que habría sido electa “papisa”, hasta gatos desollados y muertos con sello pontificio y todo.
Los agentes de desinformación que sacan ventaja de estas historias son, ellos mismos, las primeras víctimas de la ignorancia, pero ni por eso dejan de tener su parte de responsabilidad. La diferencia es que este tipo de fake news y “discurso de odio” (para usar dos expresiones corrientes) el establishment no tiene interés alguno en cohibirlo. Muy por el contrario.
Años de adoctrinamiento ideológico generaron lo que estamos viendo ahora: un odio visceral a la fe cristiana y a todo lo que ella construyó.
La idea de que la Iglesia Católica aprobó e incentivo la esclavitud de los negros, v.g., volvió a ser repetida en estos días como explicación para el vandalismo contra la estatua de Vieira en Portugal. Fuimos detrás de los sermones a los que sus detractores acostumbran referirse para acusarlo de “racismo esclavista”, y nos encontramos, al contrario, con lo siguiente.
Primero, Nuestro Señor murió para salvar a todos, inclusive a los negros; ellos son, por tanto, hijos de la Cruz y de Nuestra Señora:
Vosotros los prietos, que tan humilde figura hacéis en el mundo, y en la estimación de los hombres; por vuestro propio nombre, y por vuestra propia nación, estáis inscritos, y matriculados en los libros de Dios, y en las Sagradas Escrituras; y no con menos título, ni con menos derecho, que de hijos de la Madre del mismo Dios […]. “A los etíopes no los rechaza la hermosa Virgen, mas los abraza como a pequeñitos amándolos como hijos. Sepan pues que no desdeña ser llamada madre por los etíopes aquella que es Madre del Altísimo”
(Sermones de Nuestra Señora del Rosario, XIV, 5).
Segundo, la esclavitud es un hecho deplorable:
Los Israelitas atravesaron el Mar Rojo, y pasaron de África a Asia huyendo del cautiverio; Estos atravesaron el Mar Océano en su mayor largura y pasan de la misma África a América para vivir y morir cautivos.
Infelix genus hominum (dice bien de ellos Mafeu) et ad servitutem natum, “Infeliz raza de hombres, nacida para la servitud”. Los otros nacen para vivir, estos para servir. En las otras tierras, de lo que aran los hombres, y de lo que hilan y tejen las mujeres se hacen los comercios; en aquella lo que generan los padres, y lo que crían a sus pechos las madres, es lo que se vende y se compra. ¡Oh trato deshumano, en que la mercancía son los hombres!¡Oh mercancía diabólica, en que los intereses se sacan de las Almas ajenas, y los riesgos son de las propias
(Sermones de Nuestra Señora del Rosario, XXVII, 1)!
Tercero, los esclavos deben desobedecer a sus amos, si ellos les mandaran a que hagan cosas injustas:
Si el amo mandase al esclavo, o quisiese de la esclava cosa que ofenda gravemente al alma, y a la consciencia; así como él no lo puede querer, ni mandar, así el esclavo está obligado a no obedecer
(Sermones de Nuestra Señora del Rosario, XXVII, 3).
Cuarto, los amos y factores que fueran crueles con sus esclavos están sujetos a la ira divina:
Qui in captivitatem duxerit, in captivitatem vadet (Ap 13, 10), “todo aquel que cautive será cautivo”. Mirad para los dos polos del Brasil, el del Norte y el del Sur, y ved si hubo jamás Babilonia, ni Egipto en el mundo, en que tantos millares de cautiverios se hiciesen, cautivándose a los que hizo libres la naturaleza, sin más derecho, que la violencia, ni más causa que la codicia, y vendiéndose por esclavos. Un solo hombre libre cautivaron los hermanos de José, cuando lo vendieron a los Ismaelitas para Egipto, y en pena de este sólo cautiverio, cautivó Dios en el mismo Egipto a toda la generación, y descendientes de los que lo cautivaron, en número de seiscientos mil, y por espacio de cuatrocientos años […].
Están azotando cruelmente al miserable esclavo, y el gritando a cada azote, “Jesús, María, Jesús, María”, sin bastar la reverencia de estos dos nombres para mover a la piedad a un hombre, que se llama cristiano. Y ¿cómo queréis que os oigan en la hora de la muerte estos dos nombres, cuando los llamares? Mas estos clamores, que vosotros no oís, sabed que Dios los oye; y ya que no tienen valía para vuestro corazón, la tendrán sin duda sin remedio para vuestro castigo (Sermones de Nuestra Señora del Rosario, XXVII, 8).
Obviamente el Padre Antonio Vieira no era activista social; como sacerdote católico sus preocupaciones no eran meramente políticas, sino morales y espirituales. Más allá de eso, casi 400 años nos separan y sería un gran anacronismo juzgar un personaje tan distante en el pasado con los lentes del presente.
“Los otros nacen para vivir, estos nacen para servir… ¡Oh trato deshumano, en que la mercancía son los hombres! ¡Oh mercancía diabólica…!”
Pero el problema aquí es mucho más grande que una simple descontextualización de la historia. En el fondo, no importa si la Iglesia (y vieira con ella) hubiese o no favorecido la esclavitud. (Para remediar esa ignorancia, bastaría leer un artículo esclarecedor en la internet o la carta In Supremo, del Papa Gregorio XVI – que no sólo reitera la condenación de la Iglesia al esclavismo, como muestra a lo largo de la historia, que ese instituto desapareció entre nosotros con el florecer de la cristiandad y sólo volvió a ganar fuerza con el renacer del paganismo.)
La cuestión de hecho es cultural: Nuestros ideólogos no pueden aceptar que los predicadores católicos, en vez de dejar a los indígenas americanos y a los negros africanos en sus religiones, procurasen bautizarlos y enseñarles la fe cristiana. El berrinche no es por la esclavitud; es por la colonización católica. Mucho antes que Vieira y Anchieta, el problema son los Apóstoles. Viendo una estatua del Sagrado Corazón sin cabeza en Sevilla, podemos decir aún más: El problema comienza cuando el propio Dios cruza los abismos para hacerse hombre en Jesucristo. La modernidad hasta se dispone a aceptar un Jesús “paz y amor”, un Jesús “iluminado”, un Jesús light; pero un Jesús que enseña y que manda a sus discípulos a salir por el mundo entero convirtiendo y bautizando a las personas (cf. Mt 28, 19–20), cambiándoles la cabeza y transformándoles las costumbres, ese Jesús es todo lo que nuestra sociedad relativista no puede tolerar.
Con la Iglesia hoy acontece la mismísima cosa. El mundo está dispuesto a aceptar padres, misioneros y legos que hagan una obra filantrópica y social por donde pasen… pero ay de quien enseñe que la homosexualidad es pecado, o que ose bautizar un indio (aun con el consentimiento de este): ¡podrá ser denunciado por el ministerio público!
La regla es que los cristianos de verdad se sientan arrinconados e intimidados. El vandalismo a monumentos de figuras importantes de la cristiandad no es sin causa: ellos atinan a la “democracia de los muertos” para amenazar a los representantes vivos de esta. Por eso, si un cristiano estuviese alineado a las ideas de moda, si empuñase la bandera de los movimientos del momento – en otras palabras, si él fuese un “cristiano vendido” - , no hay que temer. Mas si osase leer y aceptar los escritos de los santos antiguos, los Sermones de Vieira o los Evangelios de Cristo (sin aquellas notas de pie de página que distorsionan todo), él está en riesgo.
Pues el blanco, como ya se ha dicho, es la colonización católica, la Iglesia docente tradicional, los cristianos que enseñan. Es inclusive con cierta carga peyorativa que se usa a este respecto, los términos adoctrinar y adoctrinamiento. Contra ella, las hordas posiluministas se sublevan autodenominándose “criticas” y “cuestionadoras”. Pero en cuanto sobra espray para pintar el término “descoloniza” en la base de la estatua de un célebre padre católico, a la colonización ideológica anticristiana, al adoctrinamiento comunista, ellas se rinden sin mayores problemas. Son los jóvenes que pintan a Vieira sin nunca haberlo leído, al mismo tiempo que ostentan, orgullosos, tops socialistas y camisetas del Che Guevara.
Es como decía Chesterton: quien deja de creer en el Dios verdadero pasa a creer en cualquier cosa. La consecuencia de que hayamos sustituido la antigua instrucción en el seno de la familia y de la Iglesia por la educación secularista del Anticristo fue que, ahora, tenemos un puñado de ateos que creen píamente en las más excéntricas mentiras que les cuentan. Así:
- en una sociedad que dejó de creer en Dios, Padre común de todos los hombres, no sorprende que resurja con fuerza el culto ridículo a la propia “raza”: de ahí los supremacistas blancos y los movimientos negros radicales;
- en una sociedad que dejó de rendirle culto a Cristo, Dios hecho hombre, y a la Virgen María, mujer y Madre de Dios, no sorprende que las dificultades entre los sexos sean potencializadas y transformadas en una verdadera guerra, con feminismos y feminicidios;
- en una sociedad que abandonó la Fe en la vida eterna, no sorprende que la meta se haya vuelto construir un paraíso aquí en la tierra: el comunismo, o simplemente un “mundo mejor”, una “sociedad sin clases”, una “tierra sin males” etc;
- en una sociedad que abandonó la sana doctrina antropológica cristiana, no sorprende que surjan aberraciones como la ideología de género, según la cual no pasamos de personas aprisionadas en un involucramiento sexuado aleatorio.
En suma, al lado del trabajo de deconstrucción de la verdad católica, camina siempre la adhesión a las mentiras de este mundo. Es una afiliación que tiene precio, y nosotros infelizmente ya lo estamos pagando.
Las hordas pintan a Vieira sin nunca haberlo leído, al mismo tiempo que ostentan, orgullosas, tops socialistas y camisetas del Che Guevara.
Del Sagrado Corazón de Jesús, dos mil años atrás, brotó un rio de sangre y agua que por mucho tiempo sació a la humanidad y transformó la tierra en un lugar mucho mejor para vivir. Hombres y mujeres de todas las tribus, lenguas y naciones, unidos en un solo bautismo, en el acto de trabajar por su salvación eterna construyeron una civilización de que los antiguos pueblos paganos jamás fueron capaces.
Hoy, por obra de innúmeros anticristos que se levantan aquí y allá, este edificio está debilitado y amenaza ruina. Mas, si las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia, como dice el Señor; si Él es fiel a sus promesas, como sabemos que lo es; y si “todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios”, la única cosa que los católicos debemos temer es nuestra propia cobardía.
Andemos, pues, siempre desconfiados de nosotros mismos, volvamos a empuñar las armas espirituales que la Iglesia desde siempre nos inculcó y mantengámonos unidos a Cristo. Así como Pedro fue instado a guardar su espada en la vaina, no caigamos en la tentación de usar, en la guerra en que estamos, las mismas armas sucias de que se sirven los enemigos: si ellos hacen trampa, seamos honestos, si ellos mienten y difaman, seamos verdaderos; si ellos odian, amemos. “Nuestro deber no es vencer al mundo, aunque sea por Cristo: nuestro deber es salvar la propia alma”, dice Henri de Lubac. “Nuestra misión no es hacer la verdad triunfar, sino dar testimonio de ella”.
Fue lo que hicieron los santos, fue lo que hicieron los muertos cuya memoria tenemos la honra de venerar. Y eso nos basta.
Este artículo fue publicado originalmente en la página del padre Paulo Ricardo: https://padrepauloricardo.org/
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